Desde
hace unos días hay mucha más gente que sabe dónde
queda Lampedusa. Hemos aprendido que es una isla no muy grande, parte de un archipiélago a medio camino entre Sicilia y África. Y que tiene más de 6.304 habitantes, gente acostumbrada de antiguo al paso
de otras gentes de África
que quieren llegar a Europa.
La
razón de que muchos hayamos aprendido dónde está
esta isla, cómo es, y otras cosas
más, está
en los centenares de muertos del genocidio del viernes 4 de octubre. Un asesinato
producto de una “trágica cadena de acontecimientos” según
lo que cuentan los supervivientes:
El
bote, un pequeño pesquero atestado
de gente, se encuentra hundido a 47 metros de profundidad a poca distancia de
Lampedusa, con muchos cadáveres
a bordo. Su cubierta está
quemada por el incendio que se declaró
cuando los ocupantes del barco prendieron fuego unas telas para llamar la
atención a barcos que no se detenían. Toda la gente en
cubierta corrieron al otro lado y provocaron el vuelco del barco y su
hundimiento. Antes de eso, la tripulación había
lanzado infructuosamente llamadas de socorro cuando descubrieron que se había abierto una vía
de agua en su viaje desde Misrata, en Libia.
La Ley de extranjería
italiana, que el Consejo de Europa presiona para que se mantenga, con sus sanciones
y penas para quien quiera salvar a un inmigrante que se está ahogando provocó
que los barcos que pasaban se negasen a salvar a jóvenes y niños
que se estaban ahogando.
Así acabó
un viaje que, en realidad, para la mayoría de los fallecidos había empezado en Eritrea. Dejaban atrás el hambre, tras el saqueo globalizado que sufren desde
hace decenios, la guerra alentada por las potencias neocoloniales para mantener
sus concesiones de extracción
de recursos, la esclavitud en vida,... ¿algún
motivo para quedarse?
Ahora
los supervivientes están
en un centro saturado, en el que 250 personas duermen en el interior y casi 700
lo hacen en los jardines del complejo. Los
fallecidos han recibido la nacionalidad italiana a título póstumo
pero, con la llamada Ley Bossi - Fini, los supervivientes están acusados de inmigración ilegal y los marineros de Lampedusa que les auxiliaron
finalmente van a tener que hacer frente a la acusación de "complicidad con la inmigración ilegal" ante los tribunales de justicia italianos.
Demencial.
Desde
aquí sentimos pena. Nos dan lástima. Nos indignamos y nos solidarizamos con esta gente que
no venía a invertir, que no venía a especular, sino a ganarse la vida con su trabajo. Pero
no tenemos que ir muy lejos para poder repetir estas historias. Sin tanta cámara ni tanto micrófono.
Son
las historias de personas por las que ningún Papa ha dicho aún
que sean una vergüenza.
Historias de personas por las que ningún
presidente de gobierno ha cogido un helicóptero. Historias que no mueven créditos extraordinarios de la Unión Europea. Son las
historias de trabajadores y trabajadoras que cruzaron desiertos, océanos y cordilleras buscando una vida decente.
Y
ahora viven, es un decir, en el Centro de Internamiento de Emigrantes de Aluche
sin haber cometido ningún
delito, sólo por el simple hecho de estar en una situación irregular al haber perdido su trabajo y “no tener papeles”. Nuestro Guantánamo
de andar por casa.
Es
bueno que nuestro corazón
se encoja viendo las imágenes
de Italia, es señal
de que somos capaces de sentir. Pero tenemos que recordar que las
organizaciones que tratan de trabajar en el CIE llevan mucho tiempo avisando de
varias vías de agua en esta sociedad nuestra y, si seguimos así, nos hundiremos. Porque, un mal día, la capacidad de los internos para aguantar su situación se acabará.
Y tratarán de llamar la atención en la forma que sea. Y puede ocurrir un accidente.
¿Cuántos muertos necesitará el Papa para decir que lo que pasa en los CIEs es una VERGÜENZA.? ¿Cuántos muertos necesitará nuestro presidente del gobierno para coger un helicóptero y venir al CIE y ver lo que está pasando?
¿Cuántos muertos le hacen falta a la Unión Europea para crear un crédito extraordinario que "disimule" el problema
hasta la próxima?
Y ¿cuántos muertos necesitamos nosotros para ver a los seres
humanos que hay encerrados en el CIE de Aluche, y en tantos otros iguales, como
compañeros trabajadores, merecedores de un futuro y de una vida
decentes?
Es
el momento de decir que ya basta de cárcel
y de torturas para personas que solo anhelan lo mismo que queremos todos
nosotros: un trabajo decente que nos permita una vida digna.
Todos
somos seres humanos. Las fronteras se inventaron para separar a las personas y
no sirven más que para dividirnos,
derribémoslas.
La
lucha por los derechos de estas compañeras
y compañeros es la lucha por nuestros derechos.
0 comentarios:
Publicar un comentario